'Hablemos de sacar sillas a la calle' por Jorge Rodríguez

Jorge Rodríguez, uno de nuestros conocidos colaboradores, nos proponía el pasado mes un análisis arquitectónico-moral sobre esa bonita, familiar y olvidada tradición de 'sacar las sillas a la fresca'.

Jorge Rodríguez

Jueves, 26 de octubre 2017, 10:56

Parece que vivir el pueblo de una forma correcta y cívica es tomar las aceras como líneas inertes de inicio y fin, de adoquines marcados por huellas de vecinos apresurados que buscan optimizar el tiempo perdido. Y es quizás un motivo de peso lo único que obliga a sacar un pie al desolado exterior.

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Vivir el pueblo es tomar las calles, sacar fuera sillas de plástico verde y llevar la verborrea a su máximo exponente. Simplemente es apresurarse a la puerta un caluroso atardecer en el arroyo Cabrillas y disfrutar de los tonos rojizos tamizados por robustos maizales. Y es que, en estos momentos, es cuando se viven los lugares, donde se dan conversaciones necesarias sobre pasado, presente y futuro. Definitivamente, vivir el pueblo es compartir tu vida social con las calles, con los vecinos y, por supuesto, con la familia.

Las costumbres contemporáneas y el exceso de información nos alejan de vivir el pueblo. Las calles, en muchos puntos, se conforman actualmente como explanadas vacías de hormigón, acero y algún que otro elemento vegetal. Como contraposición, se crean interiores de viviendas abarrotados de electrónica y mala prensa digital. Internet no es producto directo del infierno como algunas personas aseguran, más bien, es un regalo mal empleado, pero en este tema mejor diferir. El internet de las cosas frente a Las sillas de plástico, el recluirse en casa frente a tomar el fresco. Este es uno de los ejemplos que anuncian el cambio de costumbres y las nuevas formas de vida.

El peligro del desvanecimiento de estas costumbres radica en el mal urbanismo que concibe las calles como meros elementos de paso y plantea los espacios verdes como desechos de la trama urbana. La configuración espacial de las viviendas, por norma general, también propicia el rechazo de la interacción en el ámbito público. Si es cierto que en Puebla de la Calzada aún quedan restos de estas buenas costumbres, transformando las sillas de plástico anteriormente citadas en mobiliario urbano, como ocurre en el recorrido de la Avenida Carmen Amigo. O incluso es digno de alabanza la interacción social que se producen en determinadas plazas las noches de verano, asunto peliagudo para los vecinos cuyas casas colindan con estos terrenos.

En las grandes ciudades esta costumbre ha terminado por diluirse, ya sea por la sociedad contemporánea, por el constante fluir de las personas o por la configuración en altura de los bloques residenciales. Teniendo como premisa el planteamiento actual de las ciudades españolas, sería una estampa idílica y surrealista encontrar Gran Vía en Madrid plagada de sillas de plástico y vecinos congregados en los portales. Por otro lado, y dejando de lado estas situaciones utópicas, existen municipios que sancionan esta costumbre, impidiendo a los vecinos disponer mobiliario en viario público. Otros, en un alarde de respeto, han decidido que, por "tradición histórica" se pueden ocupar las aceras de la vía pública con sillas para poder tomar el fresco.

El principal propósito de estas líneas es reivindicar las sillas en la calle como excusa, y medio primordial, para establecer relaciones sociales mediante el espacio público. Plantear la tradición histórica como discurso transgresor para vivir la ciudad, mediante el urbanismo, la arquitectura y la sociología. Y es de agradecer que en nuestro municipio se den ejemplos que demuestran que estas acciones propician una calidad de vida indiscutible.

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